Por María Alejandra Erazo Vega
Nos hallamos confundidos a esas horas de la noche, sin saber qué desear, sin saber a dónde ir, inventamos cada cual una fantasía favorita: yo pensando en un acogedor hotel y el muy cerdo en un cochino antro. ¿Qué expectativa de vida tenemos juntos?. Hay locos sueltos y peligrosos y aprovechan la noche para admirar la luna o asustar a alguna pareja como nosotros. Rodamos por allí, bebemos, nos intoxicamos, eructamos vicios. Solo entonces comprendemos que estamos enamorados y que el beso solo es superficial, el deseo es llegar hasta lo profundo. No importa, yo tomo la decisión, no quiero permanecer en posición vertical, quiero saciar esta sed que corroe, que quema y no deja vivir en paz. Pero como estamos pobres y con ganas nos vamos a un parquecito a demostrarnos nuestra fe en el amor, y allí un señor con la autoridad del bolillo aparece, rindiéndole culto a eso de que esta prohibido el exhibicionismo y los actos impúdicos al aire libre y nos arresta. Al otro día con el desencanto de la mala noche en un calabozo, iniciados en la rutina del amor y con soberbia prometemos trabajar más para tener derecho a ocultar nuestros instintos entre muchas paredes.
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