Por Emilio Suárez
Recién salidos de la nubilosa pestilencia del mundo nos hicimos pescadores de almas e invocamos una filosofía ganadora la que por derecho nos cupo en lo que teníamos y éramos: la nada, donada por un testigo de la vida un Señor llamado Gonzalo Arango que yacía en los cielos.
Fuimos 13 apóstoles, número maldito que descendió al irse de plano uno a uno primero Arly, luego Alexis y por último el César y si apenas de los diez restantes hoy nos secundan en la aventura literaria seis.
Allí vamos por en medio de todo forjando una historia inventada para disfrazar nuestros atroces crímenes que nos valen por un pasaporte al infierno.
Este paraíso se ha perdido, bajo la insolencia de caudillos y políticos gestantes de un capital corrupto, sucio y desmedido. Si Dios se acordará de todos nos ajusticiaría.
Y mientras esperamos pacientemente la hora, sonreímos y nos ganamos el derecho de respirar un poco más, de perpetrar mediante estas letras el crimen perfecto, y si por lo menos no contamos con el don de la belleza por lo menos sacar la casta de la inteligencia.
Por lo menos hay algo continuo: el cambio.
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