Por Alejandro
El arte de hablar en público
Predico mi humildad, mis nervios, mi don de la oblicuidad, persevero pero no alcanzo. Me silencio.
"Un consejo - me dicen - imagina a todos en ropa interior" y lo hago y no me sirve a menos que asistan mujeres exóticas cuya ropa transparente me deje vislumbrar algo. Soy cruel conmigo mismo, soy yo el que estoy en paños menores, comienzo a trastabillar.
Lo que me sirvió fue un trago antes de poner en marcha mi vocabulario.
Desisto de pelear, las discusiones son para los imbéciles a menos se trate de un mitín filosófico.
Mi voz sale temblorosa, horripilante a mi oído, no sé con qué seguir, si saludar, si mentir, si inventar. La concurrencia rompe con sorpresa como si no fuese lo que esperaba, mi don de Poeta se sumerge en ese lodo, pero es que el tema tampoco es tan fantástico, hablo de números que ni siquiera puedo leer, no son letras.
Pierdo la noción del tiempo, no llevo ni cinco minutos y quiero ya acabar, esto es inverosímil. No sirve para nada, es como cantarle a una montaña.
Guardo silencio y me dignifico al rincón. Esto del lenguaje es patraña, la próxima vez traeré escrito todo el texto.
Y entonces sucede que pierdes la fe en ti. Guardar silencio no es respeto es un síntoma de un egoísmo fatal y perjudicial a largo tiempo.
Por eso los callados somos tan buenos amantes. Las palabras absorben la mayoría de energía del cuerpo y de esa energía el 100% se pierde no hay recarga ni retribución.
Yo he estado guardándome palabras para no decirlas sino escribirlas aquí como hoy.
No hay comentarios:
Publicar un comentario