Por XervanteX
Malditas sean las estadísticas, estas que nos vienen a tratar de sindicar el miedo a caer otra vez en tentación, en la franja rosada del cielo o el infierno, de los porcentajes de duda y de la manera de tener siempre fronteras entre el éxito y el fracaso, entre el mal y el bien.
Esas tendencias que nos dicen cuántas balas se han fabricado pero no indican cuantos muertos han habido.
Esas que explotan al obrero parco y al pobre y juicioso que solo quiere hacer bien las cosas, todo porque una dama tuvo un día un propósito y se atrevió a tratar de realizar lo que soñó.
A pocos les conviene ver seguridad en las mentes, la mercancía es el miedo que se infiltra por las noches en los antros y se disfraza de alcohol para permitirse reír por lo más obvio, para perpetrar el crimen máximo, no con pasamontañas sino con un condón que atrapa a los abnegados y potenciales seres que no vivirán más.
¿Es un suicidio?
Las armas están escondidas allí, el mismo supuesto amor de tragos, el mismo condón, el mismo sexo interrumpido.
Hay tanto deseo de figurar, de ser amados, de ser comprendidos, y todo se mueve como un péndulo entre una dama y una arma y tan tétrico es el destino que todos nos movemos en el mismo sentido: de allá para acá.
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