Por Alejandro
Intentamos comprobar si éramos o no inmortales.
Entre los pechos de una mujer preferimos el vacío, esa nada, ese espacio entre pierna y pierna, eternizamos la contienda, no nos hicimos viciosos porque habíamos sido bien educados, por tanto probamos de todo y no nos apegamos a nada.
El aburrimiento para nosotros tenía connotación de muerte.
Fuimos en el sorteo condenados al destierro, y entonces comenzamos a escribir y a escribir. Nuestras mentes se llenaban de voces y no era esquizofrenia, era hambre. Comenzamos a devorar libros y no mujeres.
El conocimiento abrumo, sabíamos de negocios inconclusos de chicas sin plan y de intentos de robo y de gente odiosa, chantajeamos a la mayoría, le cobramos la compasión.
Pero un día un conejo apareció en nuestras vidas y tuvimos que seguirlo hasta un agujero y allí tiramos nuestras presencias: el Nadaísmo nos había elegido.
De allí en adelante nos permitimos tener amigos en la alta sociedad, colaboramos con fundaciones que ayudaban a los abandonados y nos facilitaban lavar dineros, era lo que hacían los políticos, aprendimos a parecer preocupados por el futuro del mundo, a confesarnos sin creer en nada, a comulgar y a pisar la hostia, por fin nuestra presencia en el mundo era beatificada por el señor máximo: el dinero.
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