Por: Alexis Mendoza
Pienso en que la muerte no es lo que dicen todos: no es mala. Nos han creado complejos existencialistas.
Mi amigo César se dice ateo, pero no para de decir "¡Santo Dios!" lleva en el cuello, en la muñeca y en el talón escapularios de María Auxiliadora y él no es un sicario sino un miedoso. Dice con cara de calavera que hay que acordarse de la muerte a cada momento porque ella es celosa y le gusta que la piensen siempre. "Como a una novia" dice. "Peor" le digo yo. Pero César debió ser en alguna otra vida un santo raro, pues le gusta defender causas nobles y cuando estamos en el billar un tipo le pega a la novia y le tira al suelo y César tan caballero y sensato levanta a la chica, le consuela y acribilla su naturaleza diciendo alto que los hombres son unos cerdos, también para insultar al tipo que raudo saca como por arte de magia una navaja de filo dudoso pero mortalidad segura. El César que padece de un delirio crónico por creerse el emperador se saca la camiseta la enrolla en su puño y afronta la disputa. Mi carácter no bélico me lleva a no intervenir, pero miro a César como un gallo fino de pelea con amplias posibilidades de perder, así que voy hasta la entrada del billar y bajo los tacos de la corriente mientras adentro se desata el caos. Mientras espero a que salga mi amigo César, invicto y sin un rasguño hago cálculos felices con las estrellas. Sale el tipo con su chica y se van besándose por entre el camino, pienso en que a César le ha sucedido lo peor, levanto los tacos de la corriente y voy en su búsqueda le encuentro medio ebrio de la risa diciendo que los escapularios funcionan además de uno que otro artificio de brujería Amén.
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