Por María Alejandra Erazo Vega
Yo recuerdo a mi tocayo Alejandro por sus ideas geniales y sus locuras, con una humildad exagerada y una voz nerviosa expone sus ideas, pero para escribir no le tiemblan ni el pulso, ni el pensamiento, se diría que es un practicante de un deporte extremo, que en este país, es decir la verdad. Y para eso usa el artificio de su literatura irredenta, displicente, pero cierta. Su fenomenal seudónimo como XervanteX le identifica en pleno con el caballero que escribió el Quijote de la Mancha, ambos creo han tenido que esgrimir la pluma como la espada para defender el preciado botín de la libertad.
A veces tengo miedo de que XervanteX se le mida a explorar esos escabrosos senderos de la filosofía existencialista y terminé con una seria depresión, envuelto en un viaje sin retorno o simplemente perdiendo la esperanza en la vida.
Al invocar este recuerdo vuelvo a leer sus textos y creo que son valiosos porque fueron vividos y de alguna forma él pago el precio para que fuesen revelados a nosotros, últimamente ha callado y hablar con él es difícil porque no se molesta en pensar demasiado pero si siente mucho. Alguna vez se atrevió a apartar de mi rostro el cabello que me cegaba y me dijo que apreciaba mucho a las mujeres inteligentes, desapareció pero cuando le hice el justo reclamo del por qué no llamaba y ni escribía, ni daba señas de su existencia me reviró diciendo que siempre estuvo allí.
Quizá tengamos el privilegio de saber mucho más de él por sus textos que muy pronto alimentarán su Blog.
Va desde aquí un gran abrazo y un hasta pronto.
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