Por Alexis M.
Lo que más extraño de estar contigo es dormir desnudos así como nacimos.
A Yila le noté esa picardia en los ojos y no esperé un solo segundo: la besé. Su beso sabía a veces a maní tostado o a café otras.
Nos acobardamos cuando pensamos que un beso era pecado y cuando nuestras mentes querían ir besando palmo a palmo cada lugar del cuerpo.
Nuestros sentidos fueron excitados al límite de que a toda hora nos mirábamos y escuchábamos y no pudiendo soportarlo nos escapamos.
Dormimos desnudos no se cuantas veces respetando el cuerpo del otro, sin embargo yo me atrevía y le besaba la espalda.
Ella tenía catorce años y yo dieciséis.
Yo sabía lo que se podía hacer con una mujer en una cama y ella sabía lo que quería de mí: que le quite el velo de la virginidad.
El día que íbamos a hacerlo sin embargo nos desconocimos así desnudos y por más que forzamos el beso, nada nos atrajo en el otro, e intactos e invictos nos retiramos.
Dicen que los sentidos también tiene su sexo clandestino y que el amor solo es una manifestación temporal, que a veces arde como flama y luego se apaga.
Comencé a creer que jamás llegaría alguien para mí, hasta que te conocí.
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