Por MALEV
Espero mi hora, suspiro mientras tanto, ronda en mi mente la idea superflua que dice que alguien puede que se salve de morir pero no puede salvarse de enamorarse, alguna vez será. Espero mi turno, hay tanta gente por conocer. La esperanza subsiste, aunque bien sé que el príncipe que anhelé se escapo de mis manos (garras). Ahora, aquí mismo en esta sala de espera con la hoja de vida en mi mano fría y con una mezcla entre ansiedad y miedo alguien dice mi nombre y llega el momento. Me trazo la señal de la cruz, respiro hondo y accedo al recinto, el entrevistador se halla en pie esperando con la mano extendida mi saludo, me preocupa esa incandescente luminosidad, abruma también que la entrevista comience con la pregunta que menos había preparado ¿por qué cree que es la persona adecuada para este empleo?, me invento una respuesta y a estas alturas bien podrían calificarme como una reina de belleza, por las respuestas y el talante. De improviso suena mi móvil, se me cae el bolso, y los nervios se apoderan de mi, estoy viendo como los villanos del cuento se salen con la suya y esperan verme salir para poner el sello de "rechazada" en la mitad de la hoja. Pero la sentencia suprema fue un solo "nos comunicaremos con usted, gracias"... Solo que la escena se repitió por media ciudad y cuando mi teléfono suena alguien dice "el puesto es suyo" y yo: "disculpe, ¿de dónde me llaman?" y la llamada se corta y aunque hasta ahora devuelvo la llamada nadie responde... son muchos los llamados pero pocos los escogidos.
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