Por Charlie Brown
Cuando me quedé solo en el mundo iba a cometer la locura de hacerme un procedimiento denominado lobotomía para olvidar todo. Sin embargo una aparición me hizo por fin sonreír, fue como en ese libro de el "El principito" en que estaba a mitad de la nada y apareció un ser en definitiva particular, pero acá ese tipo era un irredento juglar envestido en el inconformismo y la desidia.
Se llamaba Julio César como el emperador romano y desde el principio demostró una habilidad desconocida para sacar de la nada los inventos e ideas más geniales. Por ejemplo se inventaba que la vida era un juego de posición como aquel juego del "Twister".
César corrompió nuestra manera de ver la vida, pero también estimulo en nosotros una gama de posibilidades y sensaciones que muchas veces produjeron el encuentro con nosotros mismos, y digo "nosotros" porque desde el momento en que lo conocí reunió en torno suyo a una tribu, un complejo sistema de seres dispuestos a vérselas con los más bravos y fieros rivales.
César dejó ya el edificio, nos dejo una herencia literaria basta, que iremos vaciando aquí poco a poco como la dosis de un medicamento o un veneno.
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