Por MALEV
El principal temor de enamorarme era que fruto de tal relación quedaría apocada a ser una simple ama de casa: sumisa, recatada y lo peor obstinada con el orden; en suma "una amargada". Mientras claro esta, mi pareja tendría libertad suficiente para cumplir sus sueños, ¿Y mis sueños qué?.
Parece que bajé la guardia y el galán de galanes apareció en forma de príncipe azul, de allí mi deseo era crear un hogar donde yo tuviera el control de todo cuanto se iba a hacer. El tiempo entonces alcanzó para menos y si bien el dinero que generaba desde mi empleo era el justo y me permitía mis darme mis gustos, me dí cuenta que me estaba envolviendo en la rutina y con ello en lo que tanto temía. Con eso aburrí a mis hijos a mi esposo y hasta a los vecinos y la probabilidad de que algo cambiase estaba fuera de mis manos.
Cada vez hablaba menos con mis hijos; y mi marido comenzó a ver a otras mujeres. Mientras un grupo de amigas debatía si era bueno el sexo todos los días, me culpaba de ser yo la causante de una posible infidelidad de mi marido y hasta hacía cálculos a fin de estar preparada para el peso de una confesión como esa y estar abnegada y dispuesta a perdonar.
Pero todo llego en conjunto y a destiempo, mis hijos con una madurez precoz y mi marido con la noticia de que tenía otro trabajo y otro hogar y yo quedaba en ridículo hablándole a las plantas en el jardín frente a los vecinos y ante mis amigas pretendiendo de que todo iba bien y mintiendo que la frecuencia del acto era suficiente para mi.
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