lunes, 24 de julio de 2017

Las damas y las armas: filosofía harapienta y otros cachivaches 1

Por XervanteX

- Y el señor ¿de dónde viene y para dónde va?
<< No lo sé, creo que vengo del mono y solo sé que voy para la muerte>>

Todo el mundo repite que la vida no es como la pintan, soy un adolescente confundido, relegado al sueño y a ver amanecer y anochecer como un parpadeo, mi desequilibrio hormonal es pasajero y lo intento llenar con la sensación de estar viviendo una película llena de la acción necesaria para quedarme con la mejor chica y el suculento tesoro.

Pero pensar trae sus secuelas y consecuencias por ejemplo el de no saber qué decidir a ciencia cierta qué es lo más conveniente, así que se va inventando cosas y hechos fuera de lo común y para evitar eso lo seleccionan como candidato al manicomio o a algún monasterio.

Y como no hay demasiada razón que apele a favor de uno se termina sentenciando a que la vida es tiempo y como todo hay que saber perder.

Aleccionado sobre la autoridad y con la boleta de citación a presentarse al batallón más próximo y haciendo gala de una infinita paciencia lo llaman a uno a pagar los derechos y reclamar su libreta militar que viene sirviendo para lo mismo que sirve el ombligo.

Entonces uno va y vienen intentando reclamar su libreta militar donde aparece con una foto de maldito y remiso postulando precursor de la cobardía por no aprender a disparar y ni a bailar ni a fumar ni a ser el valiente que le pone el pecho al peligro, luego pretende uno ir a decirle a una dama que fue que la mamá no iba a soportar la pena de que uno se le despegue de la falda. ¡Vaya, vaya!. 

Una libertina damisela dice ¡vamos! yo le sigo la mirada y como la invitación es a provocar el orgasmo, me remito a invocar y recordar el asunto en mis noches de placer solitario en donde aún no tenía los huevos llenos de nada y me contentaba con un orgasmo en seco.

Pero claro que mi arma lograba una excitación fuera de contexto capaz de lograr la resistencia de una varilla de acero para vérselas con un túnel siniestro en donde el vello estuviese aún atado o alambrado o mejor impedido por himen o muro de acero, yo estaba listo para acribillar las vírgenes que estuvieran dispuestas.

Pero como defraude el aparato estatal de su servicio militar obligatorio, también defraudé a las chiquillas que quisieron deshacerse de su identidad más sacrílega.

No hay nada más triste que una mujer callada.    

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